Tras sufrir recortes en
su programación, el ciclo flamenco 'Los veranos del Corral' mantiene
el nivel del flamenco estival granadino en lo más alto. Como cada
año, la programación está cuidada y esto hace que, a pesar de la
crisis, de la mucha o poca afluencia de público y/o del interés por
ver flamenco, todo aquel que quiera y decida disfrutar de flamenco
pueda tenerlo a la mano; y a precios populares, que diría aquel.
Tras dos semanas de
actuaciones, damos cuenta de lo que pudimos
ver, de lo que aconteció y de cómo lo vivimos desde nuestro punto de
vista.
Comenzamos con Rafael
Campallo. No es la primera vez que ha visitado las tablas del Corral
y espero que no sea la última. Cuando nos visitó ya dimos cuenta de
la sorprendente capacidad que tiene para transmitir. Posee una
verticalidad en su baile de órdago, una fuerza comedida que utiliza
a su antojo para dar sentido a cada paso, a cada sonido y cada braceo.
Con malagueña mostró
credenciales. Sobrado. Estilísticamente soberbio y correcto en el
montaje. Para que funcione un espectáculo no todo es el artista
principal sino que la retaguardia hace de colchón elevador del
artista para completar un gran espectáculo. Rafael se guió por la
guitarra de Juan Campallo en la música. Y nos sorprendió con una
rondeña muy cuidada musicalmente y en solitario. Para el taranto
volvió Rafael a mostrar su fenotipo flamenco. Lineas verticales en
su cuerpo, ejecutando un baile muy masculino al igual que hizo en
alegrías con las que cerró la ronda bailaora. Entre medias, la voz
de Jeromo Segura se 'marcó' una soleá trianera encontrándose a si
mismo y dándolo todo. ¡Como sonó Jeromo! Y para completar el
cuadro la percusión de Jose Carrasco, correcto, medido y encontrando
su sitio en cada momento.
El martes nos perdimos la
oportunidad de ver a Paloma Fantova pues acudimos al estreno de
'Duende' en los jardines del Generalife.
Lee la reseña en www.Deflamenco.com
Como hemos visto en los últimos años, bailaoras niponas han formado parte del cartel de la muestra de baile granadina. Este año ha sido Eiko Takahashi. La estética nipona en el Corral siempre ha estado en el escenario, ya fuera en forma de catanas o de trajes típicos. Eiko obvió atuendos 'japos' para posicionarse en lo que realmente gusta: flamenco sin adornos. A esta bailaora sexagenaria no le pidan una técnica depurada ni un marcado carácter en el escenario, porque al margen de si lo tiene o no, su forma de representar lo que siente a través de la danza flamenca deja de lado todo lo demás. Ella se siente flamenca y se busca como flamenca que es. Y su 'yo' más flamenco está en sus manos, en sus muñecas. Da igual que no sorprenda con sus pies, con sus caderas, porque nos despista, nos distrae y nos baila con su muñecas. Por momentos uno se olvida de lo demás y se deja llevar por la frescura de sus movimientos. Y esto es tan válido como aquel o aquella que argumenta su baile taconeando sin parar cual metralleta. Para más Inri no se detiene en bailar un estilo de cante sin más. De la malagueña pasa a los tangos del Piyayo con leves adornos musicales de farruca entre medias. Y lo propio al terminar con soleá que se desvanece en alegrías. Y para dar sentido, la guitarra de Marcos Palometas junto al cante de Sergio 'El Colorao' que se encontró a gusto por levante y Manuel Heredia que se acordó de Perrate y de Fernanda de Utrera por bulerías.
Llevo un tiempo afirmando que Iván Vargas necesita terminar de despegar y volar en solitario. La herencia en la sangre es fundamental para entender su baile. Juan Andrés Maya, su maestro y mentor le ha dado todo para ser lo que es. Pero ya le ha llegado el momento de despegar, de salir, de encontrar su estilo propio y de distanciarse de su maestro teniéndolo siempre cerca. A Juan Andrés le debe mucho, pues como gran maestro que es ha sabido aportarle sabiduría y conocimiento a su juventud. Y lo mejor de todo, es que parece que lo está encontrando. A pesar de las posibles críticas que puedan suscitar mis comentarios sobre este bailaor, creo que está llamado a ser uno de los grandes bailaores del futuro granadino. Y digo del futuro porque le queda una gran carrera por delante. Aunque en mi opinión, le pese a quién le pese, es el mejor bailaor joven del Sacromonte.
Presentó una adaptación de su espectáculo 'Yo mismo'. El cante corrió a cargo del Galli y de Miguel Lavi, dos imprescindibles en el atrás. Luis Mariano a la sonanta es otro cantar. Si decía del baile de Iván, de la guitarra granadina afirmo que Luís Mariano está en una órbita difícil de seguir.
El violín por seguiriya de David Moreira presagiaba que el instrumento iba a aportar lo necesario a lo largo del conjunto musical de la noche para dar otro aire al espectáculo. Pero el abuso y el protagonismo excesivo no son buenos.
Ecos de trilla y romance para el desenlace por seguiriyas fugaces de Iván. Luís Mariano tocó en solitario por taranta hasta la llegada del sacromontano que recogió la estela musical y comenzó a desplegar su talento. Ciertamente alejado de su maestro, la personalidad de Vargas se hace necesaria y es el filón que necesitaba para decir con su cuerpo 'este soy yo' aún a pesar de los guiños lógicos a su escuela. Bulerías con violín en tono coplero y cante por derecho de Juan Ángel Tirado, Miguel Lavi y Galli.
El final fue un homenaje al maestro granadino Manolete. Ya le hemos visto estas alegrías aunque su arrolladora personalidad dibujan otro baile, otra estructura y otro concepto siendo lo mismo. Y esto es lo más interesante en Iván: su crecimiento. Quiso regalar unas rumbas finales para dejar buen sabor de boca (ya lo dejó desde que salió al principio) amén del agradecimiento eterno a amigos y familiares.
Para terminar la semana (realmente terminó con David Carmona y Patricia Guerrero, espectáculo al que no pude asistir) el baile del joven Alberto Sellés.
Un torbellino de buenas ideas, de depurada técnica y de buenas maneras. Y si encima comparte escena con Javier Barón el éxito es una garantía.
El repertorio de Alberto se basó en seguiriya de inicio en las que demostró la fuerza que posee en los pies. Con Javier Barón, en la caña, demostró que está a la altura del maestro alcalareño (salvando las distancias) a pesar de su juventud. En un paso a dos, ambos se reunieron, se adivinaron y se encontraron. Admirable la capacidad del joven de seguir la estela de Javier Barón y de personalizar su baile. Por alegrías, con las que cerró la noche volvió a recuperar la fuerza expresiva que tiene su taconeo apoyado en un braceo recto y compacto. Javier nos sorprendió con bulería que cayeron rítmicamente en soléa. Para el aficionado y para cualquier asistente a un espectáculo, es un privilegio poder ver y admirar la maestría de Barón.
Las transiciones al baile sonaron con El Galli por malagueñas y abandolao, y por tangos destacándose la voz de Manuel Romero. La guitarra de Juan Campallo dirigió el acompañamiento además de interpretar taranta en solitario.
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