De conciertazo se puede
catalogar el recital de Antonio Campos en el teatro Alhambra. Se
aunaron los planetas, las estrellas y hasta los duendes se atrevieron
a aparecer. Algo que no sucedía hace mucho tiempo. No es exageración
si digo que probablemente sea uno de los mejores recitales que le he
escuchado a un cantaor en los últimos tiempos. A pesar de la
ausencia por enfermedad de Pepe Habichuela, el cambio no disipó la
calidad de la hegemonía flamenca que se pudo escuchar en el
escenario. Cuando las fuerzas se juntan, y aparecen intrínsecas la
ganas de formar el taco, de liarla, de plantarse y rebelarse es
cuando todo funciona y podemos hablar de cuasi genialidad. Porque,
sin temor a errar, ni faltó ni sobró nada esa noche. Hubo quien
comentó a la salida que no cantó por los 'palos' fuertes, haciendo
mención a las malagueñas o las seguiriyas, pero ¿acaso hacía
falta? ¿Acaso no hizo grande todo lo que cantó Antonio? Fue José
Carlos de Luna quien en su libro 'De cante grande y chico' sectarizó
y relegó a la segunda división a algunos cantes más superfluos,
según él. Menos mal que el tiempo le quitó la razón y hubo otros
que sentenciaron que el cante lo hacen grande o chico los cantaores.
Ahí queda eso.
Si analizamos la grandeza
con la que Antonio se deshizo en todo cuanto cantó y Dani de Morón
junto a Miguel Ángel Cortés en todo cuanto tocaron, toda la noche
escuchamos seguiriyas de lo más puro, 'palabro' poco acertado en el
flamenco aunque utilizado por un sector ciertamente ortodoxo.
De principio a fin el
acierto en la elección de estilos fue la nota predominante. Cum
Laude si hablamos de notas.
Campos
se atrevió a elegir un repertorio nada usual, ajeno a los circuitos
y al uso predominante de la mayoría de artistas. De este modo,
arrancó con alboreá. Que no es común escucharla en los directos es
una realidad, pero se suele hacer como remate de algunas bulerías
por soléa o incluso dentro del repertorio melódico de éstas y de
las bulerías romanceadas. Antonio prefirió bordar la actuación
desarrollándolas sin añadidos. Continuó por cantiñas y alegrías.
A pesar de venir de Jerez de actuar la noche anterior y haber acusado
el esfuerzo en sus cuerdas vocales, apenas fue perceptible el lastre
de tal esfuerzo. No en vano, supo dosificar su potente voz trabajando
los bajos cuando el cante se lo permitía. La milonga fue un ejemplo
de tal extremo, a caballo entre Chacón y Morente.
La
granaína fue corta, breve, hablada y finalmente explosiva. Toda una
declaración de intenciones.
Los
cuatro cantes ya descritos fueron acompañados por la inmensa
guitarra de Dani de Morón, cuyo protagonismo estuvo presente toda la
noche. Campos supo dar su sitio al genial tocaor sevillano, a quien
admira como profesional y como persona. Antonio dixit.
El
cambio en la sonanta vino a continuación cuando la guitarra del
granaino Miguel Ángel Cortés le acompañó por mineras y levantica.
Sorprendió ver la evolución infinita en las manos del hijo de
Miguelones.
Fue
breve su aparición pues volvió Dani para acompañar el romance de
'la monja contra su voluntad' que debemos gracias al tesón de Luís
Suárez Ávila que consiguió grabar la voz del Negro del Puerto. El
paso natural en el cante se tradujo en la petenera en versión de La
Niña de los Peines.
A partir de este momento,
el elenco al completo mantuvieron la musicalidad del resto del
recital. Los Mellis, por un lado, reyes del compás y coristas
imprescindibles; Dani junto a Miguel Ángel Cortés, que se
repartieron las falsetas a 'pachas'. Y Antonio más crecido conforme
pasaban los minutos.
Volvió a sorprender
Campos con marianas, otro cante poco usual en los directos de los
artistas que engarzó magistralmente con el recuerdo a Carmen Amaya
en la zambra 'Mi madre se llamó Tana' seguidos de tangos de la
tierra.
El siguiente cante se
desarrolló al compás de soleá pero principiando con bamberas, polo
de Tobalo, caña, soleá por bulerías y soleares lebrijanas.
Finalmente, hubo dos fin de fiesta, uno de ellos atípico del todo.
El primero, por bulerías con la complicidad de ambas guitarrras que
se regalaron falsetas la una a la otra. El segundo, por tonás
recordando a Morente, y dando paso al agitador flamenco y poeta Ortíz
Nuevo hablando de manera incorpórea con el maestro Morente divagando
sobre la muerte del cante flamenco. Una oda a la blasfemía jonda de
su desaparición. Sólo alguien como él se atreve dejar en evidencia
a Manuel Morao y a tantos otros que ven la muerte del flamenco.
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