La semilla que sembrara
Vicente Escudero sobre cómo bailar en masculino sigue dando frutos.
Aquel decálogo que marcó un antes y un después en el baile
flamenco ha recuperado en las figuras de Javier Barón, Rafael
Campallo y Alberto Sellés toda su esencia.
Hace poco alguien me
decía que estaba cansado de ver a bailaores bailar con el pecho
descubierto, con bata de cola y con formas semejantes a la danza
femenina. Los tiempos cambian pero no cabe duda que el eje
vertebrador se mantiene. Las nuevas generaciones avanzan en la
investigación y evolución de la danza flamenca y algunos de los
elementos casi fundamentales del pasado desaparecen para innovar. No
fue esta la intención que captamos en los tres artistas que
estuvieron en el Alhambra el lunes. Dirigidos por el Premio Nacional
de Baile Javier Barón, Alberto y Rafael se pusieron en sus manos
para dar forma a una idea cuyo argumento se basó en el paso a tres.
Son tres personalidades distintas que confluyeron en una idea común.
Algo muy preciado en el
flamenco es adquirir una personalidad tal, que te haga distinto de
cualquier otro. Un sello propio. Me aventuraría a hacer un
experimento: ver bailar a estos artistas sin que podamos ver sus
cabezas, para poder conocerlos por sus brazos, sus pies, su
verticalidad. Son tan personales y tan diferentes entre sí que,
incluso juntos y con mismas estructuras en las coreografías son
tangencialmente opuestos haciendo exactamente lo mismo. Y no
resultaría difícil identificar a cada uno.
En Alberto encontramos la
fuerza de quien es joven y presume de arriesgar en el fondo y en la
forma. En Rafael podemos apreciar la madurez de quién tiene un
bagaje de largo recorrido y una expresividad en su braceo fuera de lo
común. Sus pies no se quedan atrás y el conjunto es, hoy por hoy,
uno de los grandes baluartes del baile sevillano.
Para Barón, la
experiencia se une con la personalidad de quien ha recorrido el mundo
dejando el pabellón del flamenco en lo más alto.
'Inmanencia' que así se
llama el espectáculo, comienza con rondeña acercándose por
momentos a la version de Ramón Montoya que deriva en bulerías. Una
fugaz aparición de cada protagonista deja paso al más joven
(Alberto) con taranto. Fue una pena que los micros del suelo apenas
se escucharan pues ensombrecieron su labor y su ejecución de cara al
público. Sonando tangos de Triana se escondieron entre cortinas
Campallo y Barón en un juego cordial de pies hasta que aparecieron
en el escenario en paso a dos. Tras un sólo de bulerías, la caña
fue el primer paso a tres y la confluencia donde se conexionan tres
formas de bailar y una sola de transmitir.
En solitario, Campallo
brilló con luz propia en el escenario por seguiriyas. A la sobriedad de los focos se unió una impecable creatividad en cada movimiento, en cada mirada, en cada pose. Estoy seguro
que solo alguien con una sensibilidad especial entre el público disfrutó de ese momento tanto como el
bailaor. O más. Y no es para menos.
Algo parecido a la
alegría de los tangos sucedió con las bulerías de Cádiz. Jarana y
gracia salinera entre las 'pataitas' de los tres protagonistas
jaleados por el resto de músicos.
Por tientos y dando
descanso al baile apareció Javier Rivera.
Otro de los momentos
fastuosos de la noche fue la farruca que, aunque corta en el tiempo,
fue suficiente para volver a mostrar tres formas de entender el
flamenco con una misma coreografía: lo difícil lo hicieron fácil.
La hibridación de tres visiones se hicieron una.
Jeromo Segura dio el
relevo a Javier con una milonga para engarzarla con soleá por
bulerías y cantiñas al final de la noche. De nuevo y para terminar,
un paso a tres, más modesto e individualista que los anteriores pero
igual de vistoso.
Las guitarras de Manuel
de la Luz y de Miguel Pérez junto a las palmas de Roberto Jaén y
José Luís Pérez-Vera completaron un cuadro pintado por Vicente
Escudero.
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