Fue la puesta de largo de su segundo
trabajo discográfico. El primero, un directo grabado en La Platería
cuya calidad acusó el recibo de publicarse dado el magnífico nivel
que hubo aquella noche.
Para este estreno, eligió la tierra de
la que es adoptivo. Sin embargo, la respuesta de la masa social flamenca dejó mucho que desear.
Tras el final del ciclo de la XIX edición de los Encuentros
Flamencos, la organización, en este caso, el Ayuntamiento, debería
reflexionar acerca de cómo programar y publicitar estos eventos. La tónica diaria, salvo la excepción de Marina Heredia,
ha sido de una venta de entradas que poco calor ha dado a los
artistas.
Alfredo Tejada es un cantaor de oficio,
con recursos y que sabe lo que hace y por qué lo hace. Con esos
argumentos no le resultó difícil llegar a un público que aunque no
arrancó entregado, no le quedó más remedio que hacerlo conforme pasaban los minutos. Porque
independientemente de los cantes que forman parte del disco el
directo es otra cosa. La presentación tuvo un carácter informal
aparente pero todo estaba medido milimétricamente para que saliera
bien. Como debe ser. La improvisación en el flamenco es intrínseca
al mismo pero cuando todo está rodado el resultado es sobresaliente.
Desde el principio de la petenera
dedicada a Aylan Kurdi, cuya histórica imagen dejó helado al mundo
entero al mostrar al niño sirio fallecido en la orilla de la playa,
con la colaboración especial se Suhail Serghini, todo fue de menos a
más; un emotivo abrazo entre ambos dio el pistoletazo de salida a un
recital que fácilmente nos recuerda a producciones de la envergadura
de Miguel Poveda.
Tejada presentó el disco
completo salvo la murciana y se aprovechó de las magníficas
colaboraciones que en él aparecen para demostrar que ser Lámpara
minera no es algo gratuito. Con la guitarra de José Luís Montón
secundándole, se acordó de Triana en la soleá, en un repertorio
clásico que dio paso a las bulerías de Vallejo 'Llegó el frutero'
con la guitarra de Óscar Lago emulando al mismísimo Manolo de
Huelva con la colaboración incombustible de Enrique Pantoja.
El primero de los momentos
emotivos de la noche vino al calor del recuerdo de Enrique Morente,
con dedicatoria a Aurora, su mujer, presente entre el público,
fandangos de Huelva mediante. En los coros, José y Maka, Makarines,
Gilberto de la Luz y Mariano Cortés y teclado de Norberto Rodríguez.
Con el piano de Melodie
Gimard, Alfredo rememoró a Caracol por zambra, a los pies de la cola
del piano, apoyado en él, cuasi cabizbajo y entregado.
Fue a partir de la mitad del
espectáculo, el que se subieran todos los músicos a arropar al
protagonista, por tangos de 'Graná', en el homenaje a Miguel
Hernández con una nana preciosista, en las alegrías compuestas para
la ocasión por Emilio Florido (también las bulerías), otro sentido
homenaje a Morente con letras de José Antonio Korpas y finalmente la
farruca de sello propio dedicada a su hija.
El fin de fiesta fue un
órdago a la grande por bulerías de Cádiz, con recitado de Enrique
Pantoja, que voló libre, se expresó y se sintió como en casa.
'Casa manteca' que así figura en el disco fue otro caramelo musical
a modo de despedida antes de que invitase a darse una pataita a la
pequeña Triana, una muy joven bailaora que apunta maneras y que
llegará alto.
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